Fue a mediados de 1984 cuando pisé por primera vez el pueblo de Santa María Atzompa, tierra donde nacieron mis padres y abuelos y donde he vivido felizmente por más de 20 años. En aquel entonces era un inquieto e impresionable muchito de apenas seis años de edad; todo lo que veía, escuchaba u olía me parecía extraordinario, mágico y aterrador a la vez. Era mi primera vista a a Oaxaca y mi primera experiencia real y participativa en una comunidad rural rica en tradiciones y costumbres. Habíamos venido a visitar a mis bisabuelos: Alberto Zárate Barranco, alias "beto carrizo" y Joaquina Matadamas, quienes habían regresado al pueblo luego de una larga estadía en la Ciudad de México.
Como "el abuelo beto" era regatón (revendedor de vasijas de cerámica al mayoreo) integrante de la cofradía de el señor del Coro y asiduo concurrente a la parroquia local, tenía muchos conocidos entre la comunidad católica y entre los artesanos, por lo que sabía mucho sobre lo que acontecía en el pueblo. La gente le tenía confianza y le narraba todo tipo de eventos que solía ocurrirles, mismos que atesoraba en su extensa memoria. Cuando nos conocimos el decidió trasmitirme todo lo que sabía sobre el pueblo y su gente pero, lamentablemente, murió a principios de 1985. Aún así recuerdo con nostalgias varias charlas que tuvimos mientras caminábamos por el pueblo al atardecer o cuando lo acompañaba a sembrar maíz.
Quizá lo que más me impactó fueron los distintos relatos que me hizo sobre los brujos malos, los naguales, capaces de transformarse en fuerzas de la naturaleza (rayos, lluvia, viento, bolas de fuego voladoras) animales domésticos (cerdos o cuches, guajolotes o perros) y fieros animales salvajes (felinos, coyotes o serpientes).
El abuelo decía que había dos tipos de Naguales: Los que nacían y los que se hacían. Los que nacían eran buenos, pero se transformaba inevitablemente por ser descendientes de otros naguales. Los que se hacían generalmente eran brujos de malas intenciones que buscaban el secreto de la transformación a través de magia oscura. A pesar de diferenciar entre buenos y malos, el abuelo decía que los dos hacían daño. Mencionaba el caso de una naguala que había nacido. Era una señora respetable del pueblo que podía transformarse en una gran marrana negra; cuando lo hacía adquiría un espíritu infantil y deseaba jugar con niños, preferentemente recién nacidos. Por eso iba a la media noche a los jacales (el pueblo estuvo lleno de jacales al menos hasta 1990) que, en esa época, no tenían puerta y sólo estaban tapados con un canasto de carrizo. Con la trompa movía el canasto y se acercaba a algún bebé que dormía cerca de su madre sobre un delgado petate. Como no tenía manos, la naguala-marrana empujaba al bebé con la trompa, haciéndolo rodar hacia el patio o hacia el campo, ocasionándole serias heridas y, muchas veces, la muerte. Contaba, también, que en una ocasión un señor volvía tarde en la noche después de brindar su servicio como topil municipal y que fue interceptado por una enorme marrana en dónde hoy está la capilla de San Sebastián (La Cruz Blanca) que no le permitía el paso. Parecía como si l animal estuviera jugando con él. Por la hora el paisano supo que era cosa mala pero no se amedrentó pues era un hombre muy valeroso. Sacó rápidamente el machete y soltó dos fuertes cortes sobre el oscuro animal provocándole profundos cortes. La marrana chilló con voz humana: ¡Ay, ya me fregaste! ¡Vete, aléjate de mi! El hombre comprendió que se trataba de una bruja transformada, así que la siguió por toda la calle con el machete listo para rematarla, pero el animal logró escabullirse entre una nopalera. Dos días después murió una vecina que fue enterrada con premura. Algunos de sus familiares contaron que tenía el cuerpo "como cortado por un machete".
Todos los naguales pasaban (no hay noticias de que aún existan) por un complicado ritual de transformación. Existen varias versiones sobre la forma en que se transformaban, pero en todos los casos incluía desmembramiento del brujo. La versión más extendida dice que el brujo esperaba la luna llena y encendía una gran fogata en la cocina. Entonaba oraciones mágicas y cantaba mientras se desnudaba y quitaba las piernas y luego los brazos. Quedando sólo el torso y la cabeza, soplaba fuerte hasta apagar la fogata. Con calma esparcía los rescoldos y enterraba los miembros entre las cenizas. Acto seguido se transformaba en lo que deseaba y se marchaba a cumplir su macabra tarea. Mientras el brujo estuviera transformado, nadie debería mover o extraer los miembros escondidos, pues de hacerlos no podría volver a su forma humana.
Otra versión habla de un grupo de brujos malos que se reunían en a puerta de la iglesia durante la madrugada. Ellos únicamente se quitaban la cabeza, misma que dejaban en la puerta de la iglesia, y se transformaban. Vagaban libremente por el pueblo hasta que los gallos anunciaban que pronto amanecería; entonces volvían por su cabeza y regresaban a casa. Durante este tiempo murieron muchos niños en el pueblo; se pensó que los culpables eran estos sanguinarios brujos (hombres y mujeres) que se descabezaban frente a la iglesia. Dicen que un hombre fingió un prematuro amanecer, tocando las campanas y haciendo cantar a los gallos. Locos de terror, los brujos buscaron sus cabezas antes de que saliera el sol (pues si el sol los sorprendía no volverían a su forma humana). Sin medir las consecuencias, se pusieron la primera cabeza que encontraron, haciendo un verdadero chilaque. Cuando amaneció, el hombre que había tocado las campanas movió las cobijas para despertar a su esposa. Pero ella no estaba, o al menos no como el esperaba; a su lado descansaba el cuerpo de su mujer, pero con la cabeza de un hombre. ¡Ella también era una naguala! Según el abuelo, todos los brujos que se involucraron en esta aventura murieron en menos de una semana pues la vergüenza de ser descubiertos con la cabeza de alguien más les impidió ser vistos por los demás, pereciendo de hambre y sed. Después de este evento no hubo más muertes masivas de niños.
http://www.facebook.com/santamariaatzompa.oaxaca?ref=tn_tnmn
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