La tendencia nacionalista que la Historia oficial ha blandido desde finales del siglo XIX generó la creencia popular en el virtuosismo de los grupos indígenas ante la “maldad” e “incivilidad” de los conquistadores europeos. Es común escuchar a los actuales mexicanos afirmar que los vicios que caracterizan y acosan a nuestra sociedad (corrupción, crimen organizado, informalidad, violencia extrema, etc) son resultado del contacto con los españoles, como si los pueblos mesoamericanos hubieran estado blindados contra este tipo de males. Bajo esta premisa, se considera a los habitantes originales del continente como idílicos e inocentes habitantes del paraíso terrenal. Este era, precisamente uno de los argumentos que esgrimía Fray Bartolomé de las Casas en su defensa de los indígenas americanos.
El concepto del “buen salvaje”, característico de este tipo de pensamientos, ha sido utilizado a diestra y siniestra por parte de reconocidos investigadores en un subjetivo afán de reivindicar el pasado prehispánico, afectando en el proceso la conceptualización que sobre el tema tienen las personas no especializadas. La idea de la superioridad moral y cívica de los grupos mesoamericanos apareció tempranamente durante el periodo colonial; ya en a mediados del siglo XVI Fray Bernardino de Sahagún hacía mención de la estricta vida social, política y religiosa que llevaban los antiguos mexicas, tan escrupulosos en su comportamiento que despertaron el respeto del viejo misionero, aún cuando su fe estuviera enfrentada. Sin embargo, el mismo Sahagún reconoce que los mexicas eran una cultura excepcional rodeada de “bárbaros grupos”, como los tarascos, que dedicaban sus vidas a los excesos de la carne y el espíritu.
Haciendo a un lado el sentimiento patriotero –más que patriótico- es de suponer que los pueblos mesoamericanos también tenían gusto por los desenfrenos, tanto o más que sus conquistadores, de ahí que aparecieran códigos de conducta tan estrictos como el de los mexicas que buscaban controlar la buena convivencia y la prosperidad de la comunidad. La sociedad zapoteca no era la excepción y sus miembros gustaban de relajarse en un sinfín de actividades lúdicas, lujuriosas, estimulantes, aparentemente libres de cargo de conciencia. Fray Juan de Córdova, misionero dominico de febril labor en los Valles Centrales de Oaxaca, recopiló varios términos referentes al tema y los integró a su extenso Vocabulario en lengua Çapoteca publicado en 1578. En su artículo de 1994 Vino, música y mostagán: la vida alegre de los zapotecos decimosexticos el lingüista estadounidense Thomas Smith Stark separó y analizó las entradas referentes al gusto por las bebidas embriagantes, al contacto sexual y a la música presentes en el vocabulario de Córdova.

Smith Stark encontró que, en total, el vocabulario tiene 40 entradas que tratan sobre sustancias embriagantes. Muchas de ellas refieren que la uva tuvo era la base con que preparaban la bebida, por lo que claramente se trata de licores de origen europeo. Pero otras sustancias tenían como base el maguey, frutas diversas de Europa (como las manzanas y las cerezas) y de América (como las pitayas y tunas) además del maíz y la miel. Aparentemente existían diversas bebidas, “vino” como les llama Córdova, fabricadas con extracto de maguey y una de ellas, llamada Xiniça pezéélao, estaba dedicada al dios del inframundo, Bezelao. Pero no todas las sustancias embriagantes eran líquidas, pues también se utilizaban diversas plantas, raíces y hongos que causaban efectos similares a la borrachera e, incluso, ocasionaban alucinaciones.
Con respecto a la música, existen varias entradas relacionadas a instrumentos de percusión, viento y cuerdas. Los instrumentos de cuerdas mencionados son totalmente de origen europeo, lo mismo que la mayoría de los instrumentos de percusión y viento. Entre los que sí son de uso indígena están los tambores similares a teponaxtles, sonajas, instrumentos de hueso (como güiros) cascabeles de patillas de animalejos, caracoles, flautas, cuernos ¿astas? Trompetas de hueso, entre otras.
En cuanto al contacto carnal, este parece haber sido de sumo interés para Córdova. Su vocabulario cuenta con un gran número de entradas relacionadas con el coito heterosexual y, en menor medida, a la atracción homosexual. Lo mismo hay referencias a coitos realizados de común acuerdo que a coitos forzados, encuentros entre personas de diversas edades y aún estados civiles. Se habla de distintas relaciones entre hombres y mujeres, hombres y hombres y hasta homosexuales con mujeres. Hay referencias al sexo oral, al sexo anal y a varias formas y posiciones en que se realizaban los encuentros carnales. Incluso hay una referencia al dios del amor o de la luxuria: Pixèe pecàla.
El tema es sumamente apasionante y abierto a discusiones y nuevos estudios. Entender a los grupos indígenas mesoamericanos como seres humanos con fortalezas y vicios cambia enormemente la visión que sobre ellos se tenían. Si bien su gusto por la música, el vino y el sexo escandalizaban a los misioneros españoles, es necesario tomar en cuenta lo que Smith Stark dice: “es probable que las sustancias embriagantes y la música estaban asociadas más bien con la vida ritual y religiosa”. Aún así, es igualmente posible que sí hubiera cierta afición por los excesos en algunos sectores sociales. El sexo, por otra parte, tenía un fin lúdico y no sólo reproductivo, contrario a lo que enseñaba el dogma cristiano; aparentemente no había demasiados tapujos en expresar los deseos del cuerpo ni en darle gusto; quizá fue por ello que llamó tanto la atención de Córdova.

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